Imaginemos
a un hombre al que le gustan mucho los gallos y las gallinas. Pero mucho. Le
gustan tanto que ha dedicado años al estudio de su taxonomía, su canto, los
secretos de su domesticación y su desarrollo evolutivo desde sus ancestros
prehistóricos. Ha publicado, entre otras obras del tipo, Gallus: de Egipto
a nuestros días y ¿Quiquiriqué? Historia multilingüe de una
onomatopeya. Es celebrado en todo el mundo por otros ocho expertos en el
tema ―aunque no tan duchos como él―, y hasta el gobierno de Francia, que
lleva por emblema su objeto de estudio, lo ha condecorado con la Orden de las
Palmas Académicas. Ahora imaginemos a otro hombre, éste un estudiante de
ingeniería civil, que pone una cámara en su recámara y graba un video para sus
seguidores en YouTube sobre el puesto de caldos de gallina que está junto a la
clínica del IMSS en la avenida Lomas Verdes y que acaba de reclamarlo como su
nuevo y vehemente adepto.
Ahora
respondamos: ¿a cuál de los dos le gusta más la gallina? ¿Quién tiene más
derecho a hablar de ella?
Por
último, sustituyamos al hipotético gallinólogo por un crítico literario forjado
en la academia, al ingeniero por un booktuber que enumera las “Cinco
razones por las que debes leer El psicoanalista”, y a la gallina por la
literatura. ¿Qué respondemos?
Lo
cierto es que se trata de preguntas tramposas. Pero la discusión es real, según se lee en
algunas famosas publicaciones, y arroja falsas dicotomías sobre las que se ha
escupido mucha tinta: la alta literatura y la que debe mirarse por encima del
hombro, la alta crítica y la reseñitis, bla y bla.
Ayer,
preparando esta entrada, veía el video en el que una chica recomienda Los
miserables, de Víctor Hugo; la misma chica que, en otro video, comenta Bajo
la misma estrella de John Green. Hay a quien, como en el vínculo anterior,
le parece poco menos que apocalíptico que la crítica literaria se vea reducida
a la ligereza de una recomendación videobloguera.
Uno
debe estar verdaderamente confundido en su concepto de crítica para
asumir que el grueso de los booktubers la ejerce e
indignarse porque la ejerce mal. Dejando fuera la irresistible idea
romántica de que todo lector es un crítico y toda crítica una lectura, asumamos
que hay un grupo de gente que se dedica a ello de forma profesional, lo que eso
signifique. Tienen años de refinada pasión monotemática y un bagaje de lecturas
correctas para hacerle la autopsia a un libro, y se han ganado el
aplauso de sus colegas. Sus especímenes más fanatizados ―y por ello más
enternecedores pero también más peligrosos― se creen dueños de la potestad de
repartir cánones y dictaminar sobre el placer de la lectura ajena. Pero entre
los sensatos, loas aparte, su trabajo interpretativo se agradece cuando es
honesto y esclarecedor.
La
mayoría de los booktubers carecen de esa formación y no aspiran a
tenerla. Hay que ser muy idiota, al menos en este momento de la Historia, para
creer que sus recomendaciones buscan colonizar ese limbo oscilante entre
la especialización legítima y el elitismo imbécil que llamamos crítica
literaria. Vuelvo a mi ejemplo: contaminado como está uno de aprendizajes
tomados demasiado en serio, es fácil juzgar a la chica que defendía Los
miserables por su conmovedora pobreza léxica y su absoluta ignorancia del
contexto francorrevolucionario, ya no digamos la obscenidad de codear a Victor
Hugo con John Green. Pero si uno es más listo y se pone en el lugar del lector
no especializado, el que ―oh, ambrosía a la que muchos le han perdido el sabor―
lee por puro placer, nos encontramos con que quizá esta chica le ha reclutado
más incautos al romanticismo francés que la SEP. Yo mismo me encontré sonriendo
ante la posibilidad de redescubrir las peripecias de Jean Valjean, no
convencido de una lista de bondades extraídas con bisturí sino contagiado de un
entusiasmo primitivo y liberador.
No
se puede culpar al internet de la podredumbre en la academia. Imaginemos a
Gabriel Zaid (inventémosle una cara si nunca lo hemos visto) grabando uno de
esos videos en la sala de su casa. Les juro que no va a reseñar Juego de
tronos (aunque nada de malo tendría). Ahora imaginemos a cualquier tesista
de letras inglesas buscando fuentes de referencia. Les juro (aunque no faltará
el revolucionario) que no va a citar el canal en YouTube de YonquiDeLasLetras.
Nadie puede negarnos el derecho a la especialización por lo que nos apasiona,
pero tampoco el derecho a que alguien, quien sea, nos recomiende un buen caldo
de gallina nomás porque está bueno.
ARTICULO TOMADA DE: http://www.lahojadearena.com