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jueves, 6 de noviembre de 2014

De booktubers y caldos de gallina

Imaginemos a un hombre al que le gustan mucho los gallos y las gallinas. Pero mucho. Le gustan tanto que ha dedicado años al estudio de su taxonomía, su canto, los secretos de su domesticación y su desarrollo evolutivo desde sus ancestros prehistóricos. Ha publicado, entre otras obras del tipo, Gallus: de Egipto a nuestros días y ¿Quiquiriqué? Historia multilingüe de una onomatopeya. Es celebrado en todo el mundo por otros ocho expertos en el tema ―aunque no tan duchos como él―, y hasta el gobierno de Francia, que lleva por emblema su objeto de estudio, lo ha condecorado con la Orden de las Palmas Académicas. Ahora imaginemos a otro hombre, éste un estudiante de ingeniería civil, que pone una cámara en su recámara y graba un video para sus seguidores en YouTube sobre el puesto de caldos de gallina que está junto a la clínica del IMSS en la avenida Lomas Verdes y que acaba de reclamarlo como su nuevo y vehemente adepto.



Ahora respondamos: ¿a cuál de los dos le gusta más la gallina? ¿Quién tiene más derecho a hablar de ella?
Por último, sustituyamos al hipotético gallinólogo por un crítico literario forjado en la academia, al ingeniero por un booktuber que enumera las “Cinco razones por las que debes leer El psicoanalista”, y a la gallina por la literatura. ¿Qué respondemos?

Lo cierto es que se trata de preguntas tramposas. Pero la discusión es real, según se lee en algunas famosas publicaciones, y arroja falsas dicotomías sobre las que se ha escupido mucha tinta: la alta literatura y la que debe mirarse por encima del hombro, la alta crítica y la reseñitis, bla y bla.
Ayer, preparando esta entrada, veía el video en el que una chica recomienda Los miserables, de Víctor Hugo; la misma chica que, en otro video, comenta Bajo la misma estrella de John Green. Hay a quien, como en el vínculo anterior, le parece poco menos que apocalíptico que la crítica literaria se vea reducida a la ligereza de una recomendación videobloguera.

Uno debe estar verdaderamente confundido en su concepto de crítica para asumir que el grueso de los booktubers la ejerce e indignarse porque la ejerce mal. Dejando fuera la irresistible idea romántica de que todo lector es un crítico y toda crítica una lectura, asumamos que hay un grupo de gente que se dedica a ello de forma profesional, lo que eso signifique. Tienen años de refinada pasión monotemática y un bagaje de lecturas correctas para hacerle la autopsia a un libro, y se han ganado el aplauso de sus colegas. Sus especímenes más fanatizados ―y por ello más enternecedores pero también más peligrosos― se creen dueños de la potestad de repartir cánones y dictaminar sobre el placer de la lectura ajena. Pero entre los sensatos, loas aparte, su trabajo interpretativo se agradece cuando es honesto y esclarecedor.
La mayoría de los booktubers carecen de esa formación y no aspiran a tenerla. Hay que ser muy idiota, al menos en este momento de la Historia, para creer que sus recomendaciones buscan colonizar ese limbo oscilante entre la especialización legítima y el elitismo imbécil que llamamos crítica literaria. Vuelvo a mi ejemplo: contaminado como está uno de aprendizajes tomados demasiado en serio, es fácil juzgar a la chica que defendía Los miserables por su conmovedora pobreza léxica y su absoluta ignorancia del contexto francorrevolucionario, ya no digamos la obscenidad de codear a Victor Hugo con John Green. Pero si uno es más listo y se pone en el lugar del lector no especializado, el que ―oh, ambrosía a la que muchos le han perdido el sabor― lee por puro placer, nos encontramos con que quizá esta chica le ha reclutado más incautos al romanticismo francés que la SEP. Yo mismo me encontré sonriendo ante la posibilidad de redescubrir las peripecias de Jean Valjean, no convencido de una lista de bondades extraídas con bisturí sino contagiado de un entusiasmo primitivo y liberador.

No se puede culpar al internet de la podredumbre en la academia. Imaginemos a Gabriel Zaid (inventémosle una cara si nunca lo hemos visto) grabando uno de esos videos en la sala de su casa. Les juro que no va a reseñar Juego de tronos (aunque nada de malo tendría). Ahora imaginemos a cualquier tesista de letras inglesas buscando fuentes de referencia. Les juro (aunque no faltará el revolucionario) que no va a citar el canal en YouTube de YonquiDeLasLetras. Nadie puede negarnos el derecho a la especialización por lo que nos apasiona, pero tampoco el derecho a que alguien, quien sea, nos recomiende un buen caldo de gallina nomás porque está bueno.

ARTICULO TOMADA DE: http://www.lahojadearena.com

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